Después de la
tormenta viene la calma. Al menos ese pensamiento circulaba por su cabeza como
un mantra desde que había salido de la ducha matutina aquél viernes gris.
Pau era hombre de
pocas palabras para sus allegados pero elocuente y gran conversador para
consigo mismo y para extraños. Y aquella mañana no iba a ser una excepción.
Mientras devoraba los restos secos de
pizza de la noche anterior podía escuchar claramente sus propios pensamientos,
ahora fortalecedores y positivos ("puedes con todo, eres fuerte"),
ahora descorazonadores y deprimentes ("no vales nada, lo has perdido todo,
dónde está tu talento y fuerza de antaño?).
Dialogaba consigo mismo buscando y contrastando argumentos, mostrando
evidencias y citando sueños imposibles.
Al salir de casa una
algarabía de palomas picoteaba las migas de pan
que la vecina del segundo acostumbraba a lanzar por la ventana. Sin
inmutarse, sus pasos firmes provocaron un revuelo histérico de ratas aladas para regocijo personal y enfado
de la señora Ramona.
Como cada día desde
que había perdido su trabajo de toda la vida en el banco, su rutina matinal
pasaba por sentarse diez minutos en el bar de Lili (antaño el gallego del
barrio) y desayunar apaciblemente hojeando La Vanguardia mientras escuchaba las
conversaciones de las mamás que acababan de dejar a sus pequeños en la escuela.
Se trataba de conversaciones sobre los compañeros de clase, enfermedades de los
niños y otros aspectos cotidianos tales como el asco que algunas mujeres
sentían por sus maridos y los remedios sexuales que proponían. Por ello Pau,
que aún a sus cuarenta y cinco años sentía necesidades sexuales, desplegaba
sutilmente su antena para escuchar con atención lo que aquellas mujeres jóvenes
pedían, para sonrojarse con las historias que se contaban entre sí y para
imaginarse envuelto entre las sábanas con aquella morena bajita con ojos
achinados que tanto le ponía.
Aquella mañana iba a
ser distinta. El destino quiso que Pau al salir del bar tomara una calle
distinta a la habitual y entrara por una callejuela estrecha que no conocía.
Había leído en algún lado que uno de los secretos de la felicidad pasaba por
modificar pequeñas rutinas cotidianas, ir al trabajo por otros caminos o hacer
cosas nuevas cada dia.
Anduvo por el
callejón hasta detenerse enfrente de un contenedor de obras con una gran
mochila negra emergiendo por entre los escombros. Tentado de adivinar lo que
contenía no dudó en aproximarse y cogerla. Para su sorpresa mostraba una
extraña carga aunque bastante pesada. La arrastró un poco hasta sacarla del
contenedor, situándola en el suelo para poder abrir las cremalleras.
Pau se quedó pálido.
Acababa de encontrar un fusil de asalto con munición. Miró de lado a lado de la
calle para ver si alguien lo observaba.
Dejó la mochila y se
apartó unos metros, asustado primero, pensativo después: "será una broma
de cámara oculta?, un artefacto que un terrorista rajado decidió abandonar
ahi?, un soldado huído tal vez?". Fuera como fuere Pau sentía que esa
mochila no estaba allí por casualidad y que el hecho de habérsela encontrado
era una respuesta a alguna de sus preguntas diarias. "Será que el destino
dispuso que yo me encontrara este arma para hacer algún uso específico
necesario?".
Tras escasos minutos
de deliberación interna decidió cargársela a la espalda y andar rápido hacia su
apartamento.
Con las pulsaciones
a mil y con ciertas dificultades nerviosas consiguió a duras penas abrir la
puerta y buscar en su ordenador la referencia del arma que llevaba consigo.
Se trataba de un
Ak-47. Un arma muy famosa y muy fácil de cargar y usar. Tanto que Pau
rápidamente se vio en disposición de cargar y probar sin disparar. Se trataba
de algo tan fácil que él mismo no daba crédito!
Se sentó en el sofá.
Ak-47 en mano. Cerró los ojos y dio rienda suelta a sus fantasías más salvajes.
Disponía de un arma.
Podía matar. Él. Pau. Un barcelonés normal, de cuarenta y cinco años,
divorciado, amante de los cómics, en paro tras veinte años de dedicación sumisa
al maldito banco que también lo había deshauciado, independentista,
barcelonista, austero, bromista, despistado, amante de su familia sin tener ya
a nadie, motero sin moto, bloguero (mostraba con orgullo su blog de mótards),
deudor, civilizado, tranquilo, izquierdista recién converso tras una vida
entera votando a CIU, anticatólico reservado, buena gente en general. Una
persona normal con el poder de aniquilar.
En ello cavilaba
mientras el viernes seguía su curso y el resto de barceloneses se afanaban
en prepararse un fin de semana
reparador.
Pau se aferraba a su
arma. Sentado en el sofá iba pensando en las diversas opciones que se le
presentaban: podía acudir a los mossos y explicar su hallazgo o bien podía
guardársela de recuerdo como curiosidad o bien... Podía usarla!
Tras esta idea un
leve escalofrío recorrió su espalda. Soltó instintivamente el dedo del gatillo
y el Ak47 quedó reposando, dormido sobre sus piernas. "Bien mirado" -se dijo-
"debería sentirne mucho más asustado de lo que ahora mismo me
siento". Y a partir de ahí inició
una grave conversación interna donde los argumentos contrapuestos sobre si
contactar con las autoridades o no fueron debilitándose mútuamente para emerger
paulatinamente un debate moral sobre si era lícito o no usar el fusil.
Sorprendido, Pau, fue objetivando cada vez con mayor fortaleza la idea moral
que no sólo le permitía sino que más bien le empujaba a hacer uso del poder aniquilador que el
destino había dispuesto en su camino. Un
juicio moral propio muy influído por los recientes desastres encadenados en
pocos años. Para un barcelonés medio educado en el ahorro, la búsqueda de la
seguridad y estabilidad, las máscaras sociales, el "qué dirán", la
ocultación de emociones y la honestidad aparente no resultaba fácil encajar
vivir sólo en un piso de 30 metros habiendo perdido su ático con terraza,
olvidar los viajes, la cornamenta con su
mejor amigo, la compra semanal sin fijarse en los precios, el orgullo de
dirigir una oficina bancaria y presentarse como Director, la muerte por
tristeza de sus padres tras perder su piso al haber avalado a Pau en su
hipoteca, el abandono de sus amigos al no seguir su rítmo habitual de vida, las
llamadas habituales reclamando pagos atrasados, la venta de su amada Harley y
de otros muchos enseres ahora inútiles; la felicidad depositada en la
estabilidad y la comodidad.
Pau sentía una rabia
inmensa hacia el sistema que lo había encumbrado primero para mostrarle después
la realidad del mismo. Y ese odio se hacía extensivo por momentos tanto hacia
las piezas psicópatas dirigentes como a la diversidad de personas ignorantes
-como él mismo hasta ahora- que apuntalaban cada día las bases del mismo
sistema extorsionador, injusto, esclavista y radicalmente cruel que todo lo
envolvía.
Anclado en ese odio
profundo poco a poco comenzó a justificar éticamente un posible uso del fusil.
El hecho de aniquilar alguna de las piezas claves del sistema resultaría en un
claro beneficio para el resto de la humanidad. Básicamente Pau se posicionó en
la idea que un acto de violencia pasaba a ser un acto de bondad, un sacrificio
para el bienestar de los demás.
Tras dos horas de
deliberación interna se sorprendió al observarse de nuevo con el dedo en el
gatillo, con fuerza interior para sacrificarse y actuar movido más por la
venganza que por la justícia.
Cerró los ojos y
decidido a convertirse en asesino trató de hacer un listado de sus posibles
víctimas descartando por la extrema dificultad a personajes clave del
esclavismo actual como los Rockefeller, Rothschild, Morgan, Walburg,
Kissinger o algunos de sus hombres de
paja en el sistema (los políticos dirigentes de los estados y regiones)
responsables psicópatas.
A su vez se fijó en
los dirigentes de las grandes corporaciones y bancos determinando que el acceso
a ellos era también muy complejo. Fue repasando también otros cargos como
presidentes de las filiales de multinacionales en Catalunya, altos cargos
policiales y militares o dirigentes de hidroeléctricas, traficantes legales de
armas, petroleras así como economistas, grandes financieros y intelectales
reaccionarios sostenedores ideológicos del sistema. En cada caso se imaginaba a
si mismo trazando un plan para acercarse al personaje y disparándole sin
misericordia. Disfrutó exhiguamente en la ensoñación del asesinato múltiple de
la cúpula de la Fundación Faes en el marco de un congreso y su sed de venganza
también entró en catársis al imaginarse disparando contra el director de zona
de su banco (el mismo que lo había despedido primero y deshauciado después), a
un obispo reaccionario,a Jordi (el amigo de toda la vida que se acostaba con
Judith), a Judith y su abogado, al
presentador del maldito programa de prensa rosa, al dueño de la cadena de
televisión, a los altos ejecutivos del
grupo de comunicación, al presidente de la asociación fascista de su barrio, a
la administrativa de hacienda que lo humilló en la delegación, al policía que entró en su
domicilio y le instó a marcharse y apremiarse en coger las últimas cajas, al
coach personal que le indicaba que la vida era maravillosa y al inventor de la
frase "si la vida te da limones prepárate una rica limonada".
Poseído por la rabia
abrió los ojos, tomó el móbil y se pasó el resto del dia anotando en el bloc de
notas todas y cada una de las posibilidades de asesinato, trazando planes,
organizando detalles mientras encontraba cada vez más claras justificaciones, convenciéndose
de la necesidad de actuar y no ser una pieza sumisa más del sistema,
envalentinándose más y más comprendiendo que no tenía mucho que perder; sin
casa, sin familia ni amigos, sin futuro, sin ilusiones. Sólo su cuerpo y mente.
Y llegados a este punto se creía perfectamente capaz de sobrellevar una vida de
presidio (entregarse era un hecho obligado, no tenía madera de mártir) y aún
más viviendo el resto de sus días como héroe, rebelde y justiciero.
Escribió y escribió.
Se olvidó del almuerzo y de la cena. Sin moverse del sofá y acariciando de vez
en cuando su fusil se iba reencontrando poco a poco con su espíritu creativo,
emergiendo de nuevo su energía constructiva y las ganas de vivir, el deseo y
los objetivos.
Concentrado volvió a
experimentar el placer de planificar, de visionar momentos futuros y acercarse
hacia ellos. Excitado como hacía tiempo no se encontraba se adentró en la
madrugada anotando sin cesar posibles objetivos, planes y argumentos esquivando
una y otra vez el último momento, aquél en que cara a cara con su enemigo le
vaciaría el cargador en el pecho.
Cuando su
creatividad fue cejando fruto del cansancio Pau decidió parar y releer todas
sus notas para terminar por centrarse en ese último instante de ver la muerte
en los ojos del enemigo. Y fue allí donde Pau se bloqueó. Fue en esa
visualización donde todo el esfuerzo previo se vino abajo comprendiendo
definitivamente que no disponía del valor suficiente para matar a otro ser
humano, ya fuera de frente o por la
espalda. Por muy justificado que estuviera todo Pau no era un asesino ni un
psicópata y haciendo una y otra vez un ejercicio de visualización futura podía
entrever en los ojos asustados de sus víctimas a las famílias que iban a
llorarlos, a los hijos que iban a quedar huérfanos o sencillamente al horror de
una muerte violenta.
Finalmente se hizo
el silencio absoluto en su mente y consiguió mantener la serenidad para
encaminarse a la cama y descansar de un dia durísimo.
Al día siguiente no
tuvo dudas y sin pasar por el bar habitual a tomar el café se montó en su
pequeño utilitario escondiendo en el maletero la mochila con el Ak y los
cargadores. Condujo durante cuatro horas seguidas con el único objetivo de
alejarse de la ciudad, adentrarse por carreteras cada vez más locales hasta dar
con algún lugar alejado en el monte , tal vez un embalse donde poder deshacerse
del hallazgo perturbador.
Tres años después
rememora ese viaje en coche, el cruce de caminos con el control policial
casual, los ojos de asombro del agente cuando abría la mochila, el revuelo
mediático posterior, las cargas del fiscal revisando una a una sus intenciones
detalladas en el móbil, la terrible pena impuesta por el juez y la
jurisprudencia creada a raíz de su caso, su ingreso como héroe en potencia en
el centro penitenciario, sus charlas con el educador del módulo, la agria
visita de Judith y finalmente la falta de valor al observarse frente al espejo
punzón de plástico en mano.