Tras dedicar buena
parte de la mañana del sábado a limpiar y poner en orden su hermoso dúplex
finalmente se sentó sin pensar demasiado en lo alto de las escaleras. Con los
codos en las rodillas, dejó posar su cabeza en las palmas de las manos sin
fijar la mirada en ningún lugar concreto.
Una leve inquietud
se revolvía en su interior. Una supuesta búsqueda de paz y estabilidad
incomodaban sus pensamientos. Sin duda, la perspectiva de una nueva mudanza,
los cambios a nivel familiar que se avecinaban, la voluntad secreta de
compartir con alguien y mucho más se arremolinaba en su mente creando una
situación de cierto desasosiego preguntándose con un leve lamento cuando
definitivamente iba a conseguir la ansiada paz y estabilidad del toro.
No era un
pensamiento nuevo, tampoco demasiado agresivo aunque sí lo suficientemente
recurrente como para convertirse en tóxico y situarla en cierto halo de
negatividad, por que ya se sabe que una idea oscura atrae otra igual o peor que
se suma a la anterior formando de la nada con ahínco nubarrones cada vez más
densos que sin explicación lógica súbitamente amenazan con temporal.
Sumida en esa
pequeña espiral interior de repente fijó la mirada en su cuadro favorito, aquél
del que se había enamorado en un corto pero intenso viaje y no tuvo más remedio
que regalarse.
Un globo de color
rojo sobrevolando los tejados de una pequeña ciudad, queriendo salir del
cuadro, rompiendo el marco que atrapaba la tela.
Lo observó
largamente analizando cada línea, buscándose a sí misma en el lienzo y
comprendiendo definitivamente que su espíritu estaba allí pintado, en ese globo
fantástico, supuestamente frágil aunque determinado, obstinado y
definitivamente fuerte; tanto como para literalmente romper el marco que lo
apresaba y escapar del cuadro, no para huir, sino para avanzar y descubrir
ilusionado nuevos lugares. Un globo viajero repleto de un gas que nunca iba a
huir de él y que le proporcionaba energía eterna para sobrevolar hasta el
infinito.
Vio con claridad
cómo el marco del cuadro definitivamente se quebraba liberando al globo y cómo
este era ya totalmemte libre para disfrutar de nuevos paisajes. Una sonrisa
instantánea se apoderó de ella difuminando en un instante la pequeña borrasca.
Un sol primaveral en un cielo azulísimo le iluminó el corazón y una súbita
energía la levantó de inmediato dispuesta a salir de casa para dar un paseo,
disfrutar de cada paso, de cada sorbo de aire y latido.
Antes de cerrar la
puerta de casa ensayó con fe ante el espejo alguna de las posiciones de poder
de Amy Cuddy de las que alguien le había hablado alguna vez y vestida con una
fuerza renovada salió a descubrir de nuevo su ciudad, a mirar los lugares y personas
cotidianas con una nueva perspectiva, a disfrutar cada segundo con una sonrisa,
ilusionada por nada y por todo, orgullosa de quien era, mucho más consciente
que la felicidad no es un estado eternamente buscado sino más bien una actitud
cotidiana, una mirada honesta repetida con convicción a cada paso, sincronizada
con cada latido del corazón de alguien que se siente libre, fuerte, cargado de
aprendizajes de media vida y dispuesto a apoderarse con fuerza de la otra
media restante.