jueves, 17 de mayo de 2018

Romper el marco



Tras dedicar buena parte de la mañana del sábado a limpiar y poner en orden su hermoso dúplex finalmente se sentó sin pensar demasiado en lo alto de las escaleras. Con los codos en las rodillas, dejó posar su cabeza en las palmas de las manos sin fijar la mirada en ningún lugar concreto.

Una leve inquietud se revolvía en su interior. Una supuesta búsqueda de paz y estabilidad incomodaban sus pensamientos. Sin duda, la perspectiva de una nueva mudanza, los cambios a nivel familiar que se avecinaban, la voluntad secreta de compartir con alguien y mucho más se arremolinaba en su mente creando una situación de cierto desasosiego preguntándose con un leve lamento cuando definitivamente iba a conseguir la ansiada paz y estabilidad del toro.
No era un pensamiento nuevo, tampoco demasiado agresivo aunque sí lo suficientemente recurrente como para convertirse en tóxico y situarla en cierto halo de negatividad, por que ya se sabe que una idea oscura atrae otra igual o peor que se suma a la anterior formando de la nada con ahínco nubarrones cada vez más densos que sin explicación lógica súbitamente amenazan con temporal.
Sumida en esa pequeña espiral interior de repente fijó la mirada en su cuadro favorito, aquél del que se había enamorado en un corto pero intenso viaje y no tuvo más remedio que regalarse.
Un globo de color rojo sobrevolando los tejados de una pequeña ciudad, queriendo salir del cuadro, rompiendo el marco que atrapaba la tela.
Lo observó largamente analizando cada línea, buscándose a sí misma en el lienzo y comprendiendo definitivamente que su espíritu estaba allí pintado, en ese globo fantástico, supuestamente frágil aunque determinado, obstinado y definitivamente fuerte; tanto como para literalmente romper el marco que lo apresaba y escapar del cuadro, no para huir, sino para avanzar y descubrir ilusionado nuevos lugares. Un globo viajero repleto de un gas que nunca iba a huir de él y que le proporcionaba energía eterna para sobrevolar hasta el infinito.
Vio con claridad cómo el marco del cuadro definitivamente se quebraba liberando al globo y cómo este era ya totalmemte libre para disfrutar de nuevos paisajes. Una sonrisa instantánea se apoderó de ella difuminando en un instante la pequeña borrasca. Un sol primaveral en un cielo azulísimo le iluminó el corazón y una súbita energía la levantó de inmediato dispuesta a salir de casa para dar un paseo, disfrutar de cada paso, de cada sorbo de aire y latido.

Antes de cerrar la puerta de casa ensayó con fe ante el espejo alguna de las posiciones de poder de Amy Cuddy de las que alguien le había hablado alguna vez y vestida con una fuerza renovada salió a descubrir de nuevo su ciudad, a mirar los lugares y personas cotidianas con una nueva perspectiva, a disfrutar cada segundo con una sonrisa, ilusionada por nada y por todo, orgullosa de quien era, mucho más consciente que la felicidad no es un estado eternamente buscado sino más bien una actitud cotidiana, una mirada honesta repetida con convicción a cada paso, sincronizada con cada latido del corazón de alguien que se siente libre, fuerte, cargado de aprendizajes de media vida y dispuesto a apoderarse con fuerza de la otra media restante.