jueves, 13 de septiembre de 2018

Tangente


Proyectado en el largo caminar en el que ambos andan en paralelo desde hace años, él sigue con una fe ciega en la teoría matemática que asegura que las líneas paralelas se encuentran en el infinito. Por ello no ceja en su empeño de acompañar sin desfallecimiento a su compañera de vida, mirándola de reojo cuando esta se aleja un poco, dándole la mano cuando la precisa o acercándose con desesperación a menudo para intentar lo que ya hace años persigue, fundirse de nuevo en la única línea que fueron en el pasado. Como buen matemático que es no concibe cómo ha sido posible que un par de líneas sinuosas, juguetonas y entrelazadas se hayan convertido en dos paralelas que pese a estar cercanas y visibles no puedan juntarse en ningún punto sino más allá del universo. Se dice a sí mismo que resulta imposible matemáticamente que hayan tomado este camino maldito y ecuación tras ecuación no consigue resolver el misterio. Años de tristeza e incomprensión ante un fenómeno físicamente imposible, atenazando su alma en un halo de desesperación, queriendo con todas sus fuerzas resolver el enigma, sintiendo esa atracción tan potente que le mantiene unido a ella, de manera mágica, antinatural, que no responde a lógica humana posible pero que existe en el caminar de cada dia.
Y así van pasando los meses, los años, transitando por todos los extraños parajes previos al punto infinito, se dice él, sintiendo ambos esa mágica fuerza ¿imaginaria? Que no los aleja más que unos escasos metros y que les permite mirarse largamente a los ojos por espacios de tiempo indeterminado en los que la casualidad de las pupilas los atrapa y se hablan y se animan y se cuentan que ya falta menos para llegar al infinito. Pero hoy él ha hecho un descubrimiento esencial tras semanas de observar como centímetro a centímetro ella iba alejándose de manera casi imperceptible. Tras repetir cien veces una ecuación, entre sollozos de su alma, ha sentido un dolor insoportable; una punzada tan macabra y obscena que lo ha fulminado y dejado tendido en el suelo inmóvil. Ella, unos pasos por delante, se ha detenido y lo ha animado a levantarse. ¿Qué ocurre?, le pregunta algo asustada. Levántate que ya queda menos para el infinito, seguro que estará allí tras esas montañas, le ha animado. Pero él no ha conseguido escucharla. Sólo ha podido levantar un brazo y despedirse sin fuerzas sintiéndose arder entero. Sabe que ella no es una línea paralela sino una curva tangente que lo ha acompañado durante muchos años, que se le apareció de repente en su recto andar y que ahora inexorablemente tras media vida de compañía cumple con su cometido curvo e irá alejándose indefectiblemente, sin mirar atrás buscando su propio infinito. Ella no lo sabe y se apena también aunque la fuerza que la mueve la orienta a andar más y más rápido una vez se siente más liberada de la fuerza gravitatoria de su compañero. Sin embargo nuestra línea recta ha llegado a su punto B, su final de trayecto desde A. Sabe que la fuerza de su línea tangente estará siempre tan presente y tan magnéticamente cargada que no puede avanzar ni un paso más si ella se aleja. Su corazón y la física se lo impiden. Se quedará allí parado atrapado en el último influjo de magnetismo de ella, justo en aquél punto en el que las fuerzas gravitatorias de ambos se desequilibraron para liberar a uno y para detener para siempre al otro.