domingo, 28 de octubre de 2018

De ligue en Donosti

IR
El tipo de la mesa de enfrente no deja de repetir a su preciosa compañera que la inspiración existe pero hay que buscarla en el duro trabajo. Se lo repite una y otra vez como aleccionándola. Ella, de vez en cuando, coge la copa de vino con una delicadeza extrema y sin llegar a beber le dedica una leve sonrisa que no va más allá de una aprobación sumisa. Ignoro si aquella hermosa criatura reconoce en la conversación la célebre cita de Picasso aunque intuyo que no. 
El camarero me sirve una espléndida ensalada de queso de cabra justo en el instante en que ella se levanta supongo que para ir al baño. Puedo observarla detenidamente en toda su espectacularidad: vestido ceñido de color azul que muestra su figura perfecta, ni demasiado esbelta ni entrada en carnes que denoten bultos allá donde no debería haber; busto sobresaliente capaz de hipnotizar la mirada del camarero de la barra; morena latina de labios carnosos y ojos color miel que miran con suavidad y se mueven con lentitud; un movimiento de caderas sensual sin llegar a la ordinariez. Una mujer que transmite y provoca deseo inmediato. Pasa por mi lado y me roza con el brazo. Puedo oler un perfume exquisito y sutil que la rodea. Me estremezco mientras la sigo con la mirada disimuladamente notando que el resto de hombres del local también han quedado prendados por unos segundos de esa imagen.

Antes de dejar volar mi imaginación lasciva me digo a mi mismo que, aunque soltero treintañero de buen ver, ya no me apetece procurarme aventuras esporádicas que me alimenten el ego. Se trata de un pensamiento repetido hasta la extenuación especialmente en este último año en que se me han presentado sin pretenderlo demasiado unos cuantos escarceos a los que no pude negarme.

Antes que la hermosa chica vuelva a la mesa observo a su acompañante. Hombre de unos cuarenta y pico. Vestido al estilo hipster sobrevenido que da a entender una cierta inseguridad. Por lo menos no lleva barba. Bastante atractivo aunque creo que pierde por sus movimientos constantes y algo intranquilos.
Juego con mi imaginación tratando de pensar en la relación entre ambos. Por los pedazos de conversación que puedo escuchar y por las miradas y movimientos del cuerpo creo que se trata de una relación profesional dónde él tal vez  sea el jefe o bien un compañero adelantado que ha quedado con ella para orientarla y ayudarla con el fin último en mente de cepillársela a media tarde. Es evidente que nunca han intimado sexualmente. Eso se notaría claramente. Tampoco son amigos normales; las miradas elocuentes y la intranquilidad del sujeto lo demuestran con claridad. Él tiene en mente llevársela a la cama. De eso no me cabe duda.

Ensimismado en todo ello doy cuenta de mi sabrosa ensalada mientras sigo atentamente el movimiento circular de ese espléndido trasero al aposentarse de nuevo en la silla que deja entrever la gratitud desmesurada de unas nalgas trabajadas en el gimnasio al nuevo estilo importado de sudamérica. Bendita moda.
Afinando vista y oído me afano en espiar a la pareja sin tapujos. Quiero saber de sus vidas. Pretendo enterarme de quiénes son y que se traen entre manos. Tal vez en el fondo disfrutaría echando a perder el plan que el hombre se construyó. Me pregunto si tendré lo que hay que tener para intentar hacer saltar por los aires el programa del hipster cuarentón y me respondo que sí. Más bien no me respondo; me apremio. Hay algo en mi interior que me obliga a desbaratar la jugada de Asier(así se llama) para con Lucy (así la llama él para mi desconsuelo al reconocer un nombre algo sobado en el ambiente puteril, supongo).

El chuletón que me sirven me desconcierta durante unos segundos sugiriéndome que la cocina vasca es insuperable aún en lugares de su mínima expresión. Bebo enérgicamente un buen sorbo del Marqués de Riscal y sin tapujos me dirijo a Lucy para alertarla que tiene el bolso abierto; nunca se sabe. Ella me agradece el favor y me dedica una sonrisa afectuosa que respondo con una mirada de matador amateur que resulta ser punzante al darme cuenta de los segundos eternos en que nos cruzamos las miradas. Asier me da las gracias de manera obligada aunque ambos sabemos con total certeza que acaba de empezar una lucha de machos cabríos hambrientos. El tipo no es tonto y de soslayo me observa con cierta rabia contenida, esa que los hombres en fase de cacería entendemos perfectamente aunque obviamos con sutileza. 

El camarero mirón sostiene una hermosa bandeja con unos magníficos postres mientras sonríe a Lucy con expresión estúpida. Le sirve amorosamente la tarta de frutas ante el desagrado evidente de Asier y percibo que la muchacha gusta de dejarse agasajar por el género masculino aunque se trate de un espécimen algo maltrecho. Cuando Lucy agradece con una leve sonrisa la amabilidad del empleado nos cruzamos la mirada brevemente, espacio eterno en el que me da tiempo de levantar mi copa de vino para brindar con ella dedicándole un gesto amable en el que, primero sorprendida y después halagada, me responde con un "salud" acompañado de una sonrisa ilusionante que dura más tiempo del debidamente reglamentario en las leyes sociales. Es entonces cuando percibo claramente que tengo posibilidades reales de desbaratar el plan de Asier. Y él, atento, percibe la situación y empieza a sentirse algo incómodo. Lo percibo en sus movimientos cada vez más intranquilos y en las miradas cargadas de odio que me dedica. Pero yo sigo a lo mío. Esa criatura perfecta me sentaría a la perfección bajo mi cuerpo de treintañero en forma, o tal vez encima, o de lado. Sin embargo y pese a mis tics lascivos mi objetivo prioritario no es llevármela a la cama. Aunque bien mirado si se tratara de un efecto colateral yo me mostraría perfectamente dispuesto. Pero no se trata de sexo. Al menos ahora. Se trata de Asier y yo. Ambos ya intuimos el enfrentamiento y las recientes prisas del guapetón para ir saliendo del restaurante no consiguen el efecto deseado en Lucy que se va pidiendo cafés y chupitos tras los postres.

Ante el desconcierto del fornido donostiarra ella parece sentirse algo aliviada (supongo que los chupitos y el vino también ayudan) y sus palabras cada vez resuenan más altas. Su conversación ahora se orienta -hábilmente conducida por Asier- hacia las experiencias amorosas de ambos haciendo énfasis especial en todos aquellos hombres que han pretendido aprovecharse de ella, de su inocencia y candidez, y por los que se ha sentido traicionada, ha sufrido y llorado. Asier como es debido explica sus andanzas de hombre bueno y sensible, supuestamente acongojado por el trato brutal que otros hombres han conferido a Lucy, destacando sus virtudes de macho comprensivo para con las necesidades más primarias de las mujeres y recalcando la virtud del afecto y la compresión por encima de todos los valores. No puedo evitar sonrojarme y reírme interiormente al reconocer en él a miles de hombres apuestos soltando el mismo discurso naïf desde su zona testicular. Me río con tal brío que Lucy acaba girándose hacia mí, extrañada en principio aunque comprendiendo en breves segundos. Asier levanta la cabeza y me dedica una mirada de matón que me corta un poco, pero no lo suficiente. Más bien me envalentona para levantarme de mi silla y dirigirme hacia ellos para decirles que sin querer estoy escuchando toda su conversación, que pido mil disculpas, aunque me encuentro en el derecho y obligación de avisarles que la búsqueda sexual nunca es un buen sucedáneo del amor, afecto y felicidad; que deberían conectar de manera distinta, como casual y espontánea, observando el uno en el otro características y aspectos que cada uno ama, palabras, miradas y movimientos espontáneos que desembocan en deseo y ardor inesperado, que conducen sin haberlo planificado a una unión profunda que puede durar quince minutos o toda la vida pero que se sabe valiente, honda y a menudo insondable.

Ante mi provocación el hombre hipster hace ademán de levantarse de la silla, malhumorado y obcecado en su proyecto pero Lucy lo frena sutilmente con su mano derecha sin despegar su mirada clavada en mis ojos y ahora sí, lanzando mensajes corporales directos a mi persona que me acaban de dar la seguridad absoluta para sugerirle a Asier que sería mejor que empleara esa tarde para avanzar en otros proyectos distintos que no incluyeran como objeto a la joven peruana puesto que dicha mujer tiene necesidades vitales que él no puede atender por ahora.
Herido al ver que Lucy me toma la mano y sonríe con cierta connivencia se levanta y me dedica algunas duras palabras relativas a mi intromisión en una conversación ajena a lo que ella responde rápidamente con una invitación a marcharse del lugar si no sabe "comportarse". Al fin me siento algo conmovido cuando observo que Asier abandona atropelladamente el lugar con un principio de lloro masculino aunque eso no me frena en mi propósito último de llevarme a Lucy a la cama, hecho heroico que va a acontecer brillantemente - creo- previo pago de doscientos euros. 

jueves, 13 de septiembre de 2018

Tangente


Proyectado en el largo caminar en el que ambos andan en paralelo desde hace años, él sigue con una fe ciega en la teoría matemática que asegura que las líneas paralelas se encuentran en el infinito. Por ello no ceja en su empeño de acompañar sin desfallecimiento a su compañera de vida, mirándola de reojo cuando esta se aleja un poco, dándole la mano cuando la precisa o acercándose con desesperación a menudo para intentar lo que ya hace años persigue, fundirse de nuevo en la única línea que fueron en el pasado. Como buen matemático que es no concibe cómo ha sido posible que un par de líneas sinuosas, juguetonas y entrelazadas se hayan convertido en dos paralelas que pese a estar cercanas y visibles no puedan juntarse en ningún punto sino más allá del universo. Se dice a sí mismo que resulta imposible matemáticamente que hayan tomado este camino maldito y ecuación tras ecuación no consigue resolver el misterio. Años de tristeza e incomprensión ante un fenómeno físicamente imposible, atenazando su alma en un halo de desesperación, queriendo con todas sus fuerzas resolver el enigma, sintiendo esa atracción tan potente que le mantiene unido a ella, de manera mágica, antinatural, que no responde a lógica humana posible pero que existe en el caminar de cada dia.
Y así van pasando los meses, los años, transitando por todos los extraños parajes previos al punto infinito, se dice él, sintiendo ambos esa mágica fuerza ¿imaginaria? Que no los aleja más que unos escasos metros y que les permite mirarse largamente a los ojos por espacios de tiempo indeterminado en los que la casualidad de las pupilas los atrapa y se hablan y se animan y se cuentan que ya falta menos para llegar al infinito. Pero hoy él ha hecho un descubrimiento esencial tras semanas de observar como centímetro a centímetro ella iba alejándose de manera casi imperceptible. Tras repetir cien veces una ecuación, entre sollozos de su alma, ha sentido un dolor insoportable; una punzada tan macabra y obscena que lo ha fulminado y dejado tendido en el suelo inmóvil. Ella, unos pasos por delante, se ha detenido y lo ha animado a levantarse. ¿Qué ocurre?, le pregunta algo asustada. Levántate que ya queda menos para el infinito, seguro que estará allí tras esas montañas, le ha animado. Pero él no ha conseguido escucharla. Sólo ha podido levantar un brazo y despedirse sin fuerzas sintiéndose arder entero. Sabe que ella no es una línea paralela sino una curva tangente que lo ha acompañado durante muchos años, que se le apareció de repente en su recto andar y que ahora inexorablemente tras media vida de compañía cumple con su cometido curvo e irá alejándose indefectiblemente, sin mirar atrás buscando su propio infinito. Ella no lo sabe y se apena también aunque la fuerza que la mueve la orienta a andar más y más rápido una vez se siente más liberada de la fuerza gravitatoria de su compañero. Sin embargo nuestra línea recta ha llegado a su punto B, su final de trayecto desde A. Sabe que la fuerza de su línea tangente estará siempre tan presente y tan magnéticamente cargada que no puede avanzar ni un paso más si ella se aleja. Su corazón y la física se lo impiden. Se quedará allí parado atrapado en el último influjo de magnetismo de ella, justo en aquél punto en el que las fuerzas gravitatorias de ambos se desequilibraron para liberar a uno y para detener para siempre al otro.

domingo, 10 de junio de 2018

Paralelos


Mucho ha llovido ya desde que ella lo dejó. Él nunca ha tomado en serio la cantinela de que "tú me dejaste a mí mucho antes" aunque por momentos comprende que ella tiene algo de razón.

Estos últimos cuatro años han transitado los dos por un recorrido lleno de recodos, a veces soleado y agradable pero más a menudo lleno de espinas, hielo y terribles sombras. Han andado en solitario, paralelos en el mismo camino  pero mirándose poco a los ojos y dándose las manos en las contadas ocasiones en que uno de los dos resbalaba y caía al suelo, momento en que el otro le retiraba amorosamente la gravilla enganchada en el trasero. También se han ayudado a cruzar por lugares extraños, escalando torpemente algunas veces o atravesando riachuelos helados que él se entestaba en cruzar empapándose los zapatos.
A menudo el camino se desdoblaba y andaban solos hasta que se volvían a cruzar.
Han subido cuestas y montañas, atravesado pequeños desiertos y horribles llanuras inacabables. También han reposado en algún hermoso claro de bosque y curado las ampollas en los pies con agua fresca en el rio.
Siguen andando y andando. Las manos en los bolsillos. La vista puesta en el suelo por muchos ratos. Imposible sincronizar sus miradas: cuando uno hecha la vista atrás el otro sigue de frente, cuando uno se ilusiona en el horizonte el otro se entesta en mirarse los pies. Sin embargo han existido pequeños instantes en que ambos han dirigido la vista al norte y entrelazado las manos caminando al mismo ritmo, animándose y hasta riéndose. Pero son instantes que duran poco. Siempre se aparece una piedra que hace que él tropiece o una rama espinosa que se enzarza en el brazo de ella.
Hoy mismo él se pregunta si no serían capaces de poder ver antes las piedras y las zarzas para apartarlas cuidadosamente y seguir andando en paz. Se pregunta también cómo es posible que sigan andando cuatro años sin rumbo definido pero aún juntos, sin tomar uno de los dos otro camino distinto en los centenares de cruces por los que han transitado. No se lo han hablado. No se decían nada al llegar a un cruce; simplemente se miraban de reojo y algunas veces él y la mayoría ella se decidían por una dirección sin mayor criterio a la que el otro se encaminaba también sin pensar.O tal vez pensando.

Y así siguen hoy. Y se preguntan si quieren andar juntos y se responden que sí. Y se preguntan si se sienten acompañados y aún pasando por extrema soledad se responden también que sí. Y se preguntan por qué no se ponen una meta clara y por qué motivo no se impone la alegría y el abrazo en su andar y no tienen respuestas, o sí, tal vez cada uno tiene las suyas, que no consigue compartir con el otro, y se preguntan también si querrían caminar con otra persona y se responden que no.

Sintiéndose algo sísifos quieren ambos volver a disfrutar del camino, como antes, como siempre. Pero aún no saben cómo. Tal vez el universo les ha presentado la prueba brutal que si consiguen atravesar con éxito su recorrido volverán a darse las manos y a sonreír. Tal vez. No lo saben aunque ambos lo desean. Quieren dejar ya este tránsito pesado y agotador pero aún en la tentación del cruce de caminos siguen en paralelo, juntos. Tal vez esperan una señal, algo que los convenza de algo. Pero no saben que las señales no existen en este páramo y que deberán construirlas ellos. ¿A qué esperan? ¿Recodarán aún que la sonrisa de uno alimenta a la del otro? ¿Y que leer sutilmente la felicidad en los ojos del compañero es premiado con una caricia en el alma?

Preguntas del Sr Vidal



Acurrucado en el sofá repara en que ya terminó el film que hacían por televisión. No está seguro de si se quedó dormido un rato o anduvo ensimismado en sus pensamientos ajeno a todo pero el hecho es que no terminó de ver la película y ahora siente un leve desconcierto.
El señor Vidal, como le llaman en el trabajo, se ha pasado el sábado entero tirado en el sofá con la televisión encendida, sin comer, sin beber, sin atender las molestas llamadas de teléfono de su exmujer, sin cambiarse de ropa ni asearse con la idea fija de no hacer nada y de intentar no pensar. Sin embargo su mente hoy ha divagado más de lo debido. Intentando llegar a ideas claras no le han surgido más que tremendas dudas.
Ya desde niño, Julián se preguntó por el sentido de todo, por el objetivo de su vida y el camino que debía recorrer, por la felicidad y la tristeza, por el bien y el mal. Hoy también ha divagado sobre todo ello pero sus conclusiones parecen  más angustiosas que nunca.

Julián Vidal. Sesenta y seis años. Gerente de una pequeña empresa familiar textil que poco a poco se ha ido viniendo a pique. Pensaba jubilarse hace un año pero el gobierno se lo impidió y ahora enfrenta al menos un par de años más de trabajo sin ganas ni ideas.
Julián Vidal. Ex marido de Olga, que le abandonó hace doce años tras veinte de matrimonio llevándose con ella la mitad de sus tristes ahorros, su apartamento recién pagado y la mitad del amor de su hija Cinta.
Julián Vidal. Padre de Cinta a la que no sólo ama sino que adora y que ahora vive expatriada -dice ella- en un lejano país africano trabajando para una multinacional petrolera y a la que ve sólo por navidades y contados días de verano.
Julián Vidal. Hermano de Simon, alcohólico y putero empedernido que ha dilapidado su vida entre las barras de bar de tugurios del Raval y las casas de putas más tristes tras la muerte de su hijo Albert en accidente de tráfico y que aún puede mantenerse gracias a la indemnización millonaria.
Julián Vidal, ex niño prodigio en el liceo dónde las teclas del piano eran extensión de sus dedos.
Julián Vidal, gerente triste de su empresa en la que no supo nunca hacerla progresar adecuadamente por su terrible manía de sentir compasión y querer ser correcto y en la que nunca fue despedido por el amor incondicional de la propiedad por él.
Julián Vidal, antiguo joven rebelde que creía en la gente, la democracia, el amor y la bondad, que viajó por el mundo de mochilero atendiendo cuantas necesidades femeninas de todas las razas y culturas se le acercaron, curioseando y amando cuantas visiones distintas se le ofrecieron, investigando el sentido de la existencia en los distintos caminos que recorrió.
Julián Vidal, ex estudiante de derecho convencido en la lucha de clases, la solidaridad entre las personas, la libertad y la justicia social y que nunca pudo trabajar de abogado en estas lides y hubo de conformarse para mantener a su familia con el trabajo de gerente de algo que no le importaba lo más mínimo pero a lo que dedicó su vida laboral.
Julián Vidal, acuciado por deudas que nunca podrá pagar y que desconoce solución a su situación.

Se levanta del sofá para dirigirse a la cocina y servirse una copa de vino tinto, consuelo a la tristeza y desgana que le embarga. Absorto en sus ideas derrama parte del vino sobre la encimera de la cocina aunque no se detiene a limpiar el estropicio y vuelve a sentarse de nuevo en la sala fijando la mirada en un anuncio de Audi donde un joven triunfador pasea con su auto por diversos parajes alardeando de su juventud, belleza y éxito.

Julián se vuelve a hacer las preguntas de siempre a las que nunca tiene respuestas: por qué la bondad en el hombre es una debilidad?, por qué nuestra sociedad considera el triunfo sólo en relación al éxito económico?, por qué los seres duros, crueles y despiadados tienen muchos más números para vivir felices y ser exitosos que los demás?, por qué los actos bondadosos son considerados como incompetencia, debilidad o atraso?, por qué los humanos no nos determinamos a trabajar duro por la felicidad de nuestros semejantes?, que hace que el mundo obligue a que la felicidad sólo se consiga a través del servilismo?, por qué motivo no somos capaces de rebelarnos y construir una sociedad con recursos para todos en igualdad?, por qué los humanos nos vendemos al mejor postor y priorizamos nuestro bienestar por encima del de nuestros semejantes existiendo recursos de sobras para que toda la humanidad viva más que dignamente?, qué hace que las personas acepten ser esclavos de un sistema que reconocen injusto?, cómo puede ser que no nos demos cuenta que la masa humana es mucho más poderosa que el sistema que beneficia unos pocos?, por qué la sociedad nos obliga a adorar a ídolos de cartón que no aportan nada?, por qué motivo el amor no es el máximo exponente de nuestros esfuerzos?, qué sentido tiene el esfuerzo diario de millones de personas por progresar en un sistema que se orienta a la esclavitud?, por qué las personas vivimos en un túnel económico del que no podemos salir y se convierte en eje de todo cuando el centro del universo debería ser el amor?, por qué la tecnología, las matemáticas, la ciencia y demás avanzan para servir a las sombras y no a la felicidad de los miles de millones de humanos?, por qué el mundo me cataloga a mi como un ser insignificante y al dueño de Amazon como un visionario que hace avanzar la humanidad?, por qué motivo es más importante inventarse un nuevo algoritmo para una web revolucionaria que ofrecerse a ayudar a tu vecino enfermo?, por qué la humanidad se cree que el coaching, la psicología positiva y demás artes son bondadosas y surgieron para mejorarnos como especie?, por qué las investigaciones en medicina se orientan a mejorar la rentabilidad y no la salud?, por qué nos obligan a formar parte de un sistema del que no podremos escapar, poco a poco, sibilinamente, desde la infancia?

Son preguntas que a Julián le parecen tontas aunque sabe que són profundas, poderosas.
Tiene la vaga esperanza que el ser humano va a progresar como especie para situarse en un período de tres o cuatro siglos en una situación distinta, de igualdad y fraternidad entre todos las personas, haciendo de la tierra un lugar armonioso y feliz. Pero se trata de una esperanza vaga. La historia le enseña que pese a los increíbles avances de la humanidad,  esta siempre se ha regido por las ansias de poder de unos pocos que han masacrado o bien como recientemente hacen, manipulado a sus semejantes para seguir en el poder y sojuzgar a los demás.

Julián piensa tanto en ello que ha llegado a escribir un libro de preguntas que jamás se publicará. Su hija, la expatriada, se ríe de él por su ingenuidad absurda y le conmina a enfrentarse a la realidad tal cual es. Pero Julian se rebela y no quiere vivir más en un mundo de mierda donde sólo se premia la maldad. A menudo decide que ya está harto pero se encuentra sin herramientas de rebelión. Qué puede hacer?

El señor Vidal termina de pasar el sábado acurrucado en el sofá. De vez en cuando hecha el aliento a los cristales de las gafas y los limpia con la camiseta de las olimpiadas de Barcelona que aún resiste los embates de la lavadora. Cuando se coloca de nuevo las gafas por unos instantes siente que todo se clarifica  aunque es consciente que se trata de un pequeño ritual personal para convencerse por unos segundos de que el mundo no es un lugar tan sucio. Obsceno.

Se acomoda mejor sosteniendo los cojines con armonía. Cambia de canal una y otra vez hasta que fija su atención en un programa documental donde un tipo se dedica a intentar sobrevivir en una zona desértica, alimentándose de alacranes, tomando agua de los cactus y fabricándose una rudimentaria cabaña con unos arbustos.

jueves, 17 de mayo de 2018

Romper el marco



Tras dedicar buena parte de la mañana del sábado a limpiar y poner en orden su hermoso dúplex finalmente se sentó sin pensar demasiado en lo alto de las escaleras. Con los codos en las rodillas, dejó posar su cabeza en las palmas de las manos sin fijar la mirada en ningún lugar concreto.

Una leve inquietud se revolvía en su interior. Una supuesta búsqueda de paz y estabilidad incomodaban sus pensamientos. Sin duda, la perspectiva de una nueva mudanza, los cambios a nivel familiar que se avecinaban, la voluntad secreta de compartir con alguien y mucho más se arremolinaba en su mente creando una situación de cierto desasosiego preguntándose con un leve lamento cuando definitivamente iba a conseguir la ansiada paz y estabilidad del toro.
No era un pensamiento nuevo, tampoco demasiado agresivo aunque sí lo suficientemente recurrente como para convertirse en tóxico y situarla en cierto halo de negatividad, por que ya se sabe que una idea oscura atrae otra igual o peor que se suma a la anterior formando de la nada con ahínco nubarrones cada vez más densos que sin explicación lógica súbitamente amenazan con temporal.
Sumida en esa pequeña espiral interior de repente fijó la mirada en su cuadro favorito, aquél del que se había enamorado en un corto pero intenso viaje y no tuvo más remedio que regalarse.
Un globo de color rojo sobrevolando los tejados de una pequeña ciudad, queriendo salir del cuadro, rompiendo el marco que atrapaba la tela.
Lo observó largamente analizando cada línea, buscándose a sí misma en el lienzo y comprendiendo definitivamente que su espíritu estaba allí pintado, en ese globo fantástico, supuestamente frágil aunque determinado, obstinado y definitivamente fuerte; tanto como para literalmente romper el marco que lo apresaba y escapar del cuadro, no para huir, sino para avanzar y descubrir ilusionado nuevos lugares. Un globo viajero repleto de un gas que nunca iba a huir de él y que le proporcionaba energía eterna para sobrevolar hasta el infinito.
Vio con claridad cómo el marco del cuadro definitivamente se quebraba liberando al globo y cómo este era ya totalmemte libre para disfrutar de nuevos paisajes. Una sonrisa instantánea se apoderó de ella difuminando en un instante la pequeña borrasca. Un sol primaveral en un cielo azulísimo le iluminó el corazón y una súbita energía la levantó de inmediato dispuesta a salir de casa para dar un paseo, disfrutar de cada paso, de cada sorbo de aire y latido.

Antes de cerrar la puerta de casa ensayó con fe ante el espejo alguna de las posiciones de poder de Amy Cuddy de las que alguien le había hablado alguna vez y vestida con una fuerza renovada salió a descubrir de nuevo su ciudad, a mirar los lugares y personas cotidianas con una nueva perspectiva, a disfrutar cada segundo con una sonrisa, ilusionada por nada y por todo, orgullosa de quien era, mucho más consciente que la felicidad no es un estado eternamente buscado sino más bien una actitud cotidiana, una mirada honesta repetida con convicción a cada paso, sincronizada con cada latido del corazón de alguien que se siente libre, fuerte, cargado de aprendizajes de media vida y dispuesto a apoderarse con fuerza de la otra media restante.

martes, 13 de marzo de 2018

Maria, gestora de recobros



Soy Maria. Nací en Ecuador pero me vine a Barcelona con sólo dos añitos. Aunque mis papás me rodearon de la familia de Guayaquil en Barcelona y me llevaron sistemáticamente a la iglesia para intentar rodearme exclusivamente de personal sudamericano adicto a los discursos exorcizantes del señor Braulio , pastor del barrio de la Florida en mi amado Hospitalet de Llobregat; aunque mi familia intentó apartarme de los extraños catalanes con los que conviví en la escuela y instituto; aunque no probé el pà amb tomàquet hasta los diecisiete no consiguieron que yo me sintiera ecuatoriana. 
Hoy día soy una mujer barcelonesa moderna, de treinta años, dueña de mi vida y destino. Vivo en un apartamento con mi amiga Lucía y soy feliz.
He trabajado en mil lugares aunque mi destino profesional me lo estoy labrando en mi actual empresa (Hijolagranputix S.A) donde desde hace siete meses soy la trabajadora número uno. Me siento valorada, apreciada y muy mimada por mi jefe, Xavi, un cuarentón de muy buen ver que, aunque casado, insiste en llevarme a comer cada jueves a la marisquería Ridalba, acaso pensando que debo ser algo tonta y no capto que se me quiere follar desde hace tiempo. Ciertamente Xavi me atrae y sé que el dia menos pensado me lo llevaré a mi apartamento para mostrarle mi flor pero el hecho que esté casado me desdibuja un poco el deseo.

Mis padres esperaban que yo me fijara en algún pardillo de la iglesia pero viendo los tristes pelagatos que me acechan allí se me pasan las ganas de acercarme: pintores, obreros de la construcción, ayudantes de almacén… todos ellos muy educados y vestidos con traje el domingo, por cierto, trajes que les vienen grandes y no entallados como los de Xavi.
Yo quiero algo mejor. Soy una mujer bella, con un cuerpo de infarto. Voy al gym tres días por semana y he conseguido tener un culo espectacular, de aquellos que los hombres miran de reojo sin poder apartar la mirada aunque vayan con su esposa de la mano.

Ingresé en la universidad cuando me tocaba pero los estudios de pedagogía a los que accedí no me gustaron y al segundo año me olvidé de la formación para trabajar de azafata en la Fira de Barcelona dónde cobraba un buen salario de día y un verdadero pastón de noche cuando acompañaba a los clientes a cenar; ojo, sólo a cenar. Bueno, menos con Toni. Con él hubo algo más. En fin, bastante más. Tanto que terminé locamente enamorada de ese hombre guapo y elegante que se dejaba caer por Barcelona un par de días al mes, esos en los que yo me sentía una reina cenando en los mejores restaurantes y durmiendo en los hoteles más in, todo ello regado con mucho cava y enharinado adecuadamente. Sin embargo Toni tenía mujer y hijos en Madrid y nunca hizo el más mínimo ademán de prometerme nada. A él ya le iba genial con tenerme para follar y salir de fiesta -en este orden-  un fin de semana al mes; supongo que eso le ahorraba el trabajo de tener que buscarse la vida en su fin de semana habitual en Barcelona. Por dignidad terminé esa relación cuando me sentí preparada y por qué no decirlo en los brazos de un nuevo hombre, este más joven e inexperto aunque absolutamente genial. Con Daniel salía a la montaña, iba a museos y conciertos de lo más estrambóticos. Él se negó siempre a ir a alguna de mis discotecas favoritas y no quería saber nada de mis amigos de siempre. Sus palabras eran: "son una pandilla de garrulos" y respecto a las discotecas latinas ladraba algo así como "son antros de putiferio, drogas y música inaguantable". Como deberéis suponer, pasada la emoción inicial, terminé dejando a Daniel para echarme a los brazos del destino, que no me tuvo nada reservado en mucho tiempo hasta conocer a Xavi, con el que quiero ir poco a poco para que no piense que se me puede tirar cuando le venga en gana.

En mi empresa me dedico al trabajo telefónico. Soy gestora de recobros. Básicamente me dedico a intentar cobrar deudas que particulares morosos tienen adquiridas con los bancos. Hijolagranputix S.A compra los datos de clientes de bancos que tienen en algún momento sus cuentas bancarias en negativo y nosotros los apremiamos a que solucionen su situación. Es un trabajo delicado que precisa de mucha psicología y don de la palabra. Como gestora principal he desarrollado mi propio método para conseguir que el cliente salde su deuda o regularice su cuenta. Me dedico a investigar su perfil y le llamo desde distintas líneas para que no identifique nuestra empresa. Puede que piensen que es algo pesado que les llame unas doce o veinte veces diarias si no me atienden el teléfono pero forma parte del método que he desarrollado y que me funciona genial. Los llamo una y otra vez y si no me atienden les dejo un mensaje en el contestador. Con clientes que no reaccionan a mis llamadas no me queda más remedio que decirles que el banco dejará de pagar en breve sus domiciliaciones y tal vez se encuentre con que le cortan la luz o el agua, o que vamos a incluirle en las listas oficiales de morosos o otras tantas historias -algunas falsas, debo reconocerlo- que provocan que muchos de ellos recapaciten y solucionen su problema, hecho que me conlleva comisiones extra que me hacen verdaderamente feliz. De hecho, pese a dudas iniciales cuando empecé en la empresa, me convencí rápidamente que trabajo en algo bueno y positivo. Aporto seguridad a los bancos que sustentan nuestra sociedad y ayudo a que las personas sean más responsables con sus obligaciones. 

La semana pasada llegó a mi mesa la situación de una persona muy amada por mí; mi tío Raúl. Anduve unas cuantas horas meditabunda acerca de si debía pasar el expediente para alguna compañera, si debía avisar a mi tío extraoficialmente o si directamente debía ponerme manos a la obra y llamarlo sin identificarme.  Consulté mis dudas con Xavi y él me conminó a pasar el expediente a Doris, la maldita venezolana que me pisa los talones en mi récord mensual de recobros. Lógicamente no lo acepté y me marqué el reto de trabajar con mi tío Raúl pese a los lógicos reparos iniciales. Para convencerme a mi misma me dije -refugiada en el baño y mirándome a los ojos-: eres María, una chica triunfadora; alguien que se supera cada día y logra sus objetivos, alguien que desea que el mundo sea mejor, una persona decidida, buena, que quiere llegar a lo más alto, auténtica, libre y feliz, capaz de vencer cualquier obstáculo y trampa para llegar a ser la mujer que el mayor triunfador desearía a su lado.

Finalmente inicié el proceso con mi tío, sin miedos, con la intensidad y seguridad de siempre. A decir verdad, puse todavía más empeño con él  que con cualquier otro cliente (tiene gracia que les llamemos clientes) y ciertamente todo parecía ir sobre ruedas hasta que Raül, supongo que sabedor de mi profesión y atando cabos, me reconoció. Fue un momento tenso que conseguí resolver pasando de puntillas sobre sus quejas y lamentos pensando que le estaba convenciendo. Sin embargo, no fue así. Raül empezó a lanzarme de repente todo tipo de improperios que iban subiendo de tono con el devenir de la conversación y a los que yo respondía con el silencio. Sin duda yo informé  al inicio de la llamada a mi tío que la conversación seria grabada así que me dediqué a escuchar con parsimonia  plenamente consciente que yo tenía la sartén por el mango y aprovechando sus pausas para aplicar el protocolo establecido en el que le informaba de las consecuencias de faltar a sus compromisos para con el banco y lo que podía terminar resultando: embargo, congelación de cuentas, introducción en la lista de morosos, denuncia o en último término desahucio. Tras los graves insultos mi tío empezó a sollozar recordando el triste fallecimiento de mi prima tras la larga enfermedad por la que él ciertamente se había endeudado más de lo debido y en ese instante tuve un pequeño instante de decaimiento, de difuminar mi profesionalidad para empatizar con él; pero por fortuna Raül volvió súbitamente a los insultos más graves y humillantes que los anteriores, hecho que me recompuso en mi afán de hacer bien mi trabajo. Nuestro protocolo dicta que cuando las groserías llegan a cierto extremo debemos avisar al cliente que vamos a colgar y que podemos cursar una denuncia a los mossos d'esquadra. El aviso no amilanó a Raül y tuve que colgar y enviar la grabación a Xavi para que la denuncia cursara con normalidad.

Viéndolo ahora en perspectiva tras una semana reconozco que se trata de mi instante profesional más duro. Lo pasé realmente mal. Pero también debo reconocer que lo hice bien, con absoluta exquisitez diría yo, sin agobiarme y aplicando en cada momento el comentario y el tono de voz adecuado. Xavi me felicitó con efusividad y me elogió delante de todas mis compañeras augurándome un futuro profesional sobresaliente. Creí que su alegría se trasladaría a nuestra comida semanal en la marisquería pero extrañamente me ha dado evasivas dos jueves consecutivos, algo que no había hecho nunca. ¿Se habrá interesado por otra?