miércoles, 25 de diciembre de 2019

Viernes tarde del soltero cuarentón

Un viernes normal de un separado barcelonés sin muchos recursos económicos: trabajar hasta las seis de la tarde y conducir sin rumbo, lentamente, sin prisa alguna por llegarse a casa de sus padres, donde vive, malvive por momentos desde hace medio año con la esperanza poco realista que en corto tiempo logrará estabilizar su salud financiera y podrá alquilarse un pequeño piso en el barrio con un par de habitaciones para poder acoger a su niña los días que le tocan renunciando a la habitación destinada a despacho que pudo disfrutar toda su vida. 
Un viernes en que ya no le apetece llamar a alguno de sus amigotes "single" o "singles a tiempo parcial" para tomarse unas copas y hacer un simulacro de juerga como las de antaño. No le apetece, no. Por que cuando lo hace se encuentra a las tantas de la madrugada rodeado de chicas veinte años más jóvenes con las que es ridículo intentar nada (aunque se sabe exitoso en estas lides, claro, un pequeño don) o rodeado de cuarentonas desmadradas en locales dedicados a maduros que atacan con tan mal gusto que se le van las ganas de nada.
Un viernes normal en que se decide por acudir al gimnasio, ese pequeño oasis descubierto desde hace pocos meses dónde poco a poco comprueba como su musculatura de cuarentón bien conservado se envalentona y crece día a día dándole un nuevo aire a su autoestima, algo magullada por diversos motivos los últimos años.
Como de costumbre desde que acude a su oasis dos veces por semana empieza por un precalentamiento en la cinta de correr y sigue durante algo más de una hora forzando sus músculos en las máquinas: primero las piernas y luego el tronco y brazos pasando por ejercicios de abdominales en los que la mejora se hace patente semana a semana.
Mientras se ejercita puede observar al personal de la sala: jóvenes brutalmente musculados, maduros que han hecho de sus bíceps el centro del universo, jovencitas ensayando una y otra vez ejercicios brutales para hacer crecer el culo, abuelos y abuelas que se ejercitan apaciblemente, entrenadores simpáticos que se pasean mostrando sus atributos, algunos muy afables con todo el mundo, otros especialmente con las mujeres mas guapas, adolescentes escuálidos luchando contra su naturaleza, cuarentonas disimuladas mirando de reojo a los más fornidos y entre toda la fauna, él, algo fornido de siempre pero con una tripa en fase creciente que no consigue rebajar ni corriendo a diario, aún dejándose la vida en la cinta de correr al término de su rutina en las máquinas.

Como en uno de sus viernes habituales sin su hija termina el entrenamiento agotado, aunque cada vez menos, va progresando. Hoy se decide por regalarse una sauna y un jacuzzi, espacios de relax con los que consigue desconectar la mente y practicar algo de mindfulness. Entra primero en la sauna finlandesa y más tarde en el baño turco.
Cuando se introduce en el jacuzzi se dice algo aburrido que pocas cosas emocionantes acontecen últimamente en su vida y se pregunta si será a causa de una mirada corta, de poca observación, de pasar por lo cotidiano de puntillas sin mirar. Entre las burbujas de la piscina se sitúa en un lugar donde el masaje del agua se sitúa exactamente en la base de su espalda provocándole un leve escalofrío de placer.  Enfrente tiene una mujer madura sentada con los ojos cerrados. Incluso con el triste gorro de piscina se adivina una belleza rubia portentosa. La observa por unos instantes y luego se dedica a su mundo interior aunque este se resiste a su pensamiento y vuelve de nuevo a la realidad de la bella mujer. 
Tiene unos ojos rasgados que encuentra muy exóticos, unos labios carnosos con los que prefiere no detenerse para evitar una excitación súbita que ahora no tocaría y unos pechos grandes sin llegar a enormes que se disimulan en el bañador deportivo en los que andan apresados.
Ella sigue con los ojos cerrados. Observando bien logra ver como levemente se muerde un poco el labio. A su vez muy sutilmente mueve su cuerpo de manera rítmica, lentamente pero sin pausa. Se adivina un movimiento de la pelvis muy sutil  bajo el agua. No se ve a simple vista. Uno debe fijarse.
 Su curiosidad va en aumento. Se mueve dentro del jacuzzi hasta colocarse exactamente enfrente de ella. Nota como un potente chorro subacuático se le clava en el perineo. Se asusta primero aunque después comprueba como colocándose convenientemente resulta de lo más placentero. Siente una excitación en aumento que se transforma en una erección mediana, ya no tiene veinte años.
Sigue mirando a la mujer y comprueba como esta sigue en su sutil movimiento, apretando los labios con suavidad y agarrando con las manos cada vez con más fuerza el borde de la piscina. Ahora ya no hay duda. Ella está masturbándose con la fuerza inusitada de las burbujas. La respiración cada vez más rápida, los movimientos cada vez menos sutiles y los labios mordidos delatan su momento de orgasmo donde en unos treinta segundos parece que el tiempo se detiene y que las brasas se riegan con alcohol.
La mujer ha logrado disimular para todos los demás pero a él no se le ha escapado su fiesta particular.  Cuando ella abre los ojos encuentra su mirada clavada en sus ojos rasgados con una sonrisa pícara dibujada sin quererlo. Lejos de abrumarse ella relaja los párpados, se toca las mejillas y se levanta con cuidado. Antes de salir por las escaleras de la piscina se dirige a él con una sonrisa:"esto es lo más placentero del día".  Se pone las chanclas y camina hasta la puerta del vestuario mientras él no puede apartar la mirada del vaivén de sus glúteos.
Ensimismado en sus pensamientos eróticos posteriores logra ir relajando su excitación apagándose del todo con la imagen de un joven obeso que andando a trompicones baja la escalera del jacuzzi. Con una sonrisa disociada y un extraño movimiento de manos entiende que se trata de un chico con una leve discapacidad psíquica.
El muchacho lo saluda con la mano y acto seguido se introduce en la otra parte del jacuzzi, sin sentarse, flotando alegremente entre el entramado de burbujas, riendo a carcajadas, chapoteando, jugando con el salto de agua para masajear la espalda, gritando como un niño pequeño, disfrutando con una alegría y placer tan saludables que observándolo no se puede sentir nada más que envidia. Si, envidia enorme por el disfrute de una persona que saca los pies del agua, que patalea, ríe, se hunde, sorprendiéndose por la súbita fuerza de algunos orificios elegidos que saludan ahora los pies, ahora las piernas. El muchacho patalea y se ríe. Se pone panza arriba, introduce la cabeza en el agua y hace la vertical sin éxito. Sus carcajadas se ahogan entre burbujas y nuestro hombre se siente feliz por él, incluso desearía ser él para poder disfrutar con esa alegría del momento.

Tras unos minutos más de burbujeo en el perineo decide que ya tiene bastante. Estrella su dedo chico dolorosamente contra un escalón escondido, sale del jacuzzi disimuladamente determinado y se dirige al vestuario para regalarse una ducha reparadora cojeando levemente tras el pequeño estropicio.
Cuando sale de la ducha se sorprende mirándose frente al espejo al lado de un señor mayor que se acaricia orgulloso su enorme panza. Siempre se preguntó por qué extraño motivo los hombres se quedan embelesados ante el espejo al salir de la ducha de los vestuarios, tal vez piensen que el ejercicio del dia se ha traducido de inmediato en una musculatura imperial.