Armand es un intelectual progresista de
esos de andar por casa. Profiere desgastados argumentos humanistas por doquier
y se gusta a sí mismo cuando escribe, relata o intenta convencer a otros que él
visualiza como inocentes incautos sobre los pérfidos elementos del sistema que
esclavizan al mundo entero con los estudiados mecanismos de la felicidad
consumista. Allá donde mira observa desesperanzado conatos de pérdida de
libertad individual y de obediencia ciega colectiva. Ya hace años que renunció
a la coherencia absoluta entre su pensamiento y sus actos. Comprendió que es
innecesariamente imposible y que lleva al radicalismo y a moverse entre arenas
movedizas antisociales. Porque él sabe que es así. Casi nadie consigue vivir al
margen del sistema. Sólo cuatro locos consiguen escapar de manera extrema
viviendo en lugares remotos y en autarquía mas o menos precaria. El resto se
mueven entre la resistencia feroz a la obediencia ciega consumista y entre el
sueño feliz de la acumulación innecesaria. Pero se mire como se mire todos
estamos en el conglomerado de formar parte de un todo que mantenemos juntos y
que nos da para ir tirando pegándonos codazos los unos a los otros entre la
masa sin atisbar a los poquísimos que andan allá al frente sentados en cómodas
poltronas sostenidas por unos sub-afortunados que gimen de placer al considerar
un privilegio llevar el peso de sus señores. Todos ellos necesitan de nuestro
esfuerzo, incomodidad, pisotones, destellos de felicidad, miedo, impuestos,
votos, compras y beneplácito para seguir acomodados en sus butacas los unos y
porteandoándolos los otros soñando ingenuamente que algún dia ellos gozarán del
privilegio extremo de sus amos.
Armand sostiene la tesis que las
democracias avanzadas destacan por la
extrema y perfeccionada sutilidad de enmascarar dictaduras abyectas dónde todos
los movimientos andan organizados de antemano y a las órdenes de una élite
desconocida para la ciudadanía y que resulta imposible escapar de ellas
haciendo vivir a toda la población en una suerte de sueño de colores
capitalista mediante el cual los premios del consumo hinchan el ego de las
personas y atienden a sus demandas de felicidad, los medios muestran el
pensamiento que hay que tener y las clases medias no atienden a comprender los
motivos por los que hoy sus hijos viven peor que sus padres aunque disfruten de
mayores bienes tecnológicos.
Por todo ello y mucho más, Armand ya
hace años que dejó de creer en el sistema y sus múltiples mecanismos y ahora
mira la vida desde su prisma de desconfianza y incomprensión, acusando a sus
conciudadanos de no tener conciencia de comunidad, de ser ingenuos absolutos y simples peones de una partida de ajedrez con todas las jugadas previamente planificadas. Al haberse despedido hace años de la ilusión de actuar en
coherencia absoluta a sus ideas se permite pequeños disfrutes del mundo
consumista con la excusa ilusoria de "sólo lo que se necesita" pero
aún así no puede evitar escapar al uso de última tecnología, la televisión de
pago, ropa de moda, el adelanto de la visa para compras superfluas, las noches
de hotel (aunque sean alternativos), la música de spotify, fotos de instagram,
facebook, los estados dónde muestra su puesta en escena particular, las
zapatillas de montaña de última generación o sus amadas sudaderas Timberland
compradas a mitad de precio en el Black Friday.
Cuando amplía la mirada se da cuenta que
ya forma parte intrínseca de ese "mundo feliz" del que le gustaría
escapar. Es una pieza activa de ese pequeño porcentaje de la población mundial
que vive en la abundancia gracias a que la gran mayoría sobrevive como puede.
Aunque proclama en privado que el planeta dispone de recursos suficientes para
que los casi ocho mil millones de seres humanos puedan vivir en condiciones
dignas realmente no tiene ni idea de cómo se podría llegar a ello, máxime
cuando el ser humano siempre se ha caracterizado a lo largo de la historia en
intentar dominar al semejante, obtener por la fuerza los recursos negándoselos
a otros, imponer el criterio de unos pocos a muchos y otra suerte de
"bondades" en la línea de tener PODER sobre otros a cualquier precio.
Y en esa línea de poder un activo siempre presente al que alimentar: el EGO.
Ese espacio personal que lleva a cada ser humano a querer diferenciarse de los
demás, al disfrute del sí mismo en contraposición a los otros, al querer
sentirse envidiado, superior en cualquier aspecto, deseado, único, poseedor de
objetos o ideas, exitoso, original, creador o rebelde. El ego, mezcolanza
individual que Armand visualiza como la tierra fértil perfecta dónde las
semillas del consumismo y los valores del capital encuentran las condiciones
perfectas para enraizar y reproducirse en una vasta extensión que permite
abarcar todos los aspectos de la humanidad, desde los más abstractos e
inmateriales relacionados con el intelecto o valores a los más concretos del
mundo de los objetos y la acumulación de bienes, riquezas y por ende poder y
influencia.
Sostiene Armand todos estos raídos
argumentos mientras pasea por la exposición de Bansky, creador al que admira
profundamente tanto por la creatividad extrema de sus gráficos como muy
especialmente por la crítica demoledora al sistema con la que él mismo tanto
concuerda. De hecho, a medida que va observando los dibujos, sigue con su
monólogo particular, potenciado por cada nueva obra admirada, a medida que la paciencia de Sara está en caída libre. Su
amigo está hoy realmente pesado.
No es hasta la salida de la tienda de
souvenirs al final de la exposición, mientras Armand intenta colocar en su
mochila las compras (taza con el motivo "Balloon girl", calendario
2021 "Art buff", sudadera "Soldier Throwing Flower" y la
funda de móbil con un collage de imágenes) que Sara le regala una pregunta
interesante: ¿No crees Armand, que el motivo principal por el que este artista
es anónimo y no ha dado la cara aún no será tanto por "glamour o
misterio" sino más bien por no sonrojarse un poquitín ante el mundo al ser él mismo devorado por todo aquello a lo que ataca?