El conglomerado espectacular de
toboganes se presenta ante sus ojos como un deseo largamente esperado que acaba
de hacerse realidad. Un sol justiciero. El aroma a coco de los protectores
solares. El vaivén frenético de niños y adolescentes corriendo, resbalándose
algunos, de tobogán en tobogán. Los gritos y las risas. Las consignas de su
padre para ambos hermanitos gemelos: "si os perdéis recordad que este
será el lugar de reunión", "¿probamos primero con los más
suaves?", "¿te pusiste protección en las orejas?...recuerda qué te
pasó el verano pasado".
Los niños, emocionados, saben bien dónde
quieren ir en primer lugar. Ese cúmulo de tubos espectacular que destaca por
encima de todas las demás atracciones. El "Super-flight". Hacia allí
dirigen sus pasos rápidamente con su papá siguiéndolos atropelladamente
procurando esquivar las manadas de pequeños que deambulan a toda velocidad a
primera hora de la mañana deseosos de su primer chapuzón.
Pronto comprueban que la atracción ya ha
abierto sus puertas y hay un montón de gente haciendo fila, en una suerte de
laberinto organizado con unas vallas metálicas que sitúan al personal en una
cola ordenada para evitar tumultos; una técnica clásica de todos los parques
acuáticos y de atracciones.
Resignados, se sitúan en la cola.
Deseosos que esta avance rápidamente miran con ímpetu a los chicos que van
subiendo al terrible Super-flight y uno de ellos, Martí, calcula a ojo cuanto
tiempo tardarán en subir: "Calculo que nos tocará hacer una media hora
de cola, papá". Santi, que recuerda ahora que no se puso protección
solar, responde quitando importancia al asunto: "bueno chicos, no pasa
nada. Ya sabíais que en los parques se forman colas pero lo bueno es que
tenemos todo el dia para nosotros…hasta las cinco de la tarde!".
Martí, entorna los ojos tímidamente y hace un cálculo mental rápido: "pero
papá, si tenemos hasta las cinco y en cada atracción tenemos media hora de cola,
sin contar la comida sólo podremos disfrutar de tres o cuatro bajadas!".
Santi vuelve a relativizar el asunto argumentando que en otros toboganes el
tiempo de espera será muy breve y que también disponen de la piscina de olas y
mucho más. Sin embargo, para sus adentros le da la razón a su hijo y empieza a
maldecir el sol de justicia que se le está clavando en la nuca, más si cabe
cuando lee el letrerito que dice "tiempo estimado de espera, 45
minutos".
Bernat comienza a quejarse a los diez
minutos del calor insoportable y dice que tiene sed. Martí se une a la petición
de agua. Santi les da largas, como ya era de esperar, con el argumento válido
que están en la cola y que no va a marcharse para comprar agua y traerla y que
además él ya les ha anticipado cuando dejaban las toallas en la hierba que
debían beber agua antes de lanzarse a la aventura acuática.
Los niños siguen hablando animadamente
de las aventuras de los últimos días en clase, de las manías de la maestra, de
las tonterías que suelta un youtuber famoso, del supuesto retorno de Messi al
Barça; discuten sobre quién dibuja mejor, quién se tira los peores pedos y
quién alcanzó el último récord en el juego de la Play. Al cabo de quince
minutos más de repente se impone el silencio. El calor y la humedad han podido
con el entusiasmo inicial y ahora los niños empiezan a mostrar su impaciencia
expresando cansancio y más sed.
La fila avanza de manera milimétrica y
llegar al doblado de una parte de la valla pareciera misión imposible. Poco a
poco avanzan unos pasos que ayudan a mantener la ilusión por unos instantes.
Instantes después se cumplen los
cuarenta y cinco minutos que el letrerito informaba y a Santi le empieza a
salir la vena reivindicativa: "Pues vaya, llevamos ya casi una hora
aquí asándonos como pollos y aún andamos por la mitad". Y el motivo de su molestia no es otro que la
observación del pasar incesante de los del "pase VIP" por la valla de
enfrente.
Una suerte de niños, adolescentes y
adultos que deambulan orgullosos con su flamante pulsera verde mostrando a
todos los demás su privilegio de no tener que esperar en ninguna atracción y
poder exprimir su dia en el parque acuático como nadie más. "Un
privilegio de cien eurazos por niño y de más de cien para adulto. Ese dineral
nos daría para viajar un fin de semana los tres a todo lujo" piensa el
papá mientras se limpia el sudor de la frente.
Sobre la hora de espera el pequeño Martí
repara en el niño que tiene enfrente. Un chico de su misma edad, francés,
rubito y con el rostro enrojecido de manera alarmante. Ambos se miran por unos
instantes. Martí lleva la mirada a la flamante pulsera VIP y el chico al darse
cuenta se la muestra, orgulloso y le dice algo en francés que el pequeño no
puede entender. El papá observa la escena. Martí le dice al chico que no le
entiende y el otro le responde con una sonrisa burlona indicándole en gestos
que él ya lleva cuatro bajadas y que Martí sigue ahí cansado esperando. Se ríe.
Se ríe de él. Santi habla en voz alta: "ese mequetrefe se está
pitorreando en nuestra cara y su padre ahí al lado no le dice nada!... Buena
ostia le daría yo al niño-gamba este!"
El padre del niño-gamba al que se podría
tildar de hombre-langosta repara en la situación y lejos de reprender
seriamente a su vástago por su mala educación simplemente le sonríe y dice que
son cosas de chicos.
Bernat que asiste a todo se ha calentado
bien y insulta al niño francés: "fill de puta! Tant de bò surtis volant
del tubo i t'estampis a un arbre!". Santi le reprende seriamente, pero
Martí aprovecha la ocasión para lanzar un escupitajo que impacta en todo el ojo
al niño-gamba que a su vez también escupe a Martí. Este aprovecha el espacio
entre la reja para propinarle un puñetazo que le impacta en el oído y en medio
del desaguisado consigue hacerse con la mano del niño para arrancarle la
pulsera a la fuerza. Santi intenta que su hijo suelte al otro y el padre
francés también forcejea lanzando insultos. Finalmente, el niño -gamba consigue
zafarse y empieza a burlarse de los tres, ahora sí bien separado de ellos. El papá langosta lanza algunos insultos más y
se une a las burlas de su hijo mientras indica con risas que observen como
ahora mismo entran en la atracción. En
ese preciso instante personal del parque indica a Santi y sus hijos que deben
abandonar la fila y salirse para evitar mayores altercados a la vez que
reprenden al padre por la actitud de sus hijos. Este, exaltado, discute y lanza
improperios. Se niega y lo consigue gracias a que toda la gente de la fila,
solidariamente, les da la razón y expresan con indignación la mala educación de
los franceses.
Desde hoy Martí y Bernat ya no serán los
mismos.
Menys mal que no tinc fills! Jo també li foto al pare!!!
ResponderEliminarDoncs a mí tampoc no em faltarien ganes!!
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