lunes, 28 de agosto de 2023

POOL PARTY

 

La conocí en una pool party en el hotel Gaià de Barcelona. Era una soleadísima tarde del mes de abril y en la ciudad rugían las hormonas presas de los primeros calores del año. Las mías, menos ardientes por el tiempo pasado, también presagiaban (más bien deseaban)  aventura al contemplar los primeros escotes generosos deambulando por la ciudad. 
No recuerdo quién me invitó al evento pero fue alguien de la editorial remarcándome que era importante mi presencia para poder conocer a los ejecutivos de la misma en Sudamérica y tantear directamente la promoción de mi libro por aquellos lares. Así fue como me encontré de repente enfundado en unas arrugadas  bermudas rescatadas de la caja de ropa de verano mostrando al mundo mis pantorrillas blanquísimas paseándome por la terraza del hotel observando al personal. Nunca antes había estado en una “pool party” y lo primero que me llamó la atención fue la sorpresa de no encontrarne la “pool” que esperaba. En su lugar, una especie de coquetón  estanquito con ínfulas de fuente renacentista dónde cuatro mujeres elegidas con biquinis minúsculos remojaban sus pies sentadas en el borde. A su alrededor unos cuantos hombres variopintos deambulaban intentando establecer conversación o invitándolas a copas. Ellas lo agradecían mucho y les dedicaban sonrisas pícaras junto a movimientos algo altivos.
Un hombre de unos cincuenta años enfundado en pantalones y camisa de lino blancos al estilo caribeño con pedigree no dejaba de mirar fíjamente a la chica más jovencita y ella le sonreía bien dispuesta a coquetear con él, evento que iba a producirse poco después y que yo observé atentamente puesto que tenía gran curiosidad por descubrir las técnicas de ligoteo de hombres mayores con chavalitas adolescentes. Me preguntaba por el tipo de conversación: ¿de qué iba a  hablarle un hombre de cincuenta años a una niña de dieciocho (prefiero pensar que ya los tenía)?; ¿con qué actitud le entraría?, ¿se mostraría directamente como un tiburón que huele sangre o tomaría una vía más sutil para intentar impresionar a la niña con acciones más experimentadas? Lo cierto fue que las dudas se me disiparon rápidamente antes incluso de escuchar una sola palabra puesto que cuando el hombre se le acercó mirándola fíjamente a golpe de unos penosos pasos de baile al rítmo de algo parecido a  "dame papi" ella se le arrimó rápidamente ejecutando un baile sensual consistente en restregar sutilmente el culo en los pantalones del tipo y en hacer una especie de sentadillas con rítmo caribeño (por ponerle un nombre). Observé detenidamente esa especie de ritual de apareamiento postmoderno expectante ante la posibilidad de una conversación entre ellos de la que yo pudiera disfrutar (reírme) secretamente pero esta tardó un poco en producirse o almenos así le pareció a mi mente, algo abochornada ante los movimientos renqueantes del tipo. Sin duda la convesación posterior -a la que intenté prestar la máxima atención que la mierda de música me permitía- no dejó grandes palabras para la posteridad puesto que una retahíla de sandeces, coqueteos patéticos y insinuaciones sobadas dieron paso a unos incómodos silencios que el hombre intentaba romper a base de nuevos hilos de diálogo que la adolescente no sabía muy bien cómo seguir, todo ello con ámbos cuerpos moviéndose al compás de esos rítmos infernales que apostaría que al cincuentón le dolían tanto como a mí. El hombre iba a lo que iba y la muchacha no sabría decir a ciencia cierta si formaba parte del decorado o también estaba abierta a hacer negocios. Entendí que ambos argumentos eran válidos puesto que desaparecieron los dos durante un buen rato.
 
Tras mi segunda copa me cansé de vagar por el circo y me aparté un poco de la zona más ruidosa para sentarme cómodamente en una tumbona. Encendí un nuevo cigarrillo y en pocos segundos un atento camarero me acercó un cenicero. Aproveché para preguntarle si sabía quiénes eran los directivos sudamericanos de la editorial y el tipo, muy amable, escaneó con la vista durante unos instantes al personal para indicarme , sin estar muy seguro, un par de tipos que estaban sentados en la terracita.
Con esa información me dirigí hacia ellos para presentarme. Me invitaron a sentarme y departimos unos minutos acerca de las bondades de Barcelona, de lo felices que se sentían de pasar en ella unos días y de lo mucho que estaban aprendiendo de los directivos de la central. Conseguí ir manipulando el devenir de la charla hacia la literatura y más concretamente sobre el posible interés de lanzar mi novela en el mercado americano; propósito básico por el cual yo estaba en ese patético lugar. Como ya había previsto, ambos hombres no tenían la más remota idea de mi trabajo y debí hacer un esfuerzo para explicarles la progresión espectacular de ventas de mi libro en España los últimos meses así como hacerles una pequeña sinopsis del libro vendiendo los motivos por los que yo creía que iba a encajar con determinado público del continente americano. Les expliqué que no se trataba de una novela sentimental puesto que la trama abordaba fundamentalmente el pequeño drama cotidiano de los hombres sobre la cincuentena con todos sus miedos, fortalezas, ridiculeces, obstinaciones, nostalgias, alegrías y especulaciones. Claro que el eje sobre el que se proyectaba todo transitaba sobre una historia de amor entre Ricardo y Nuri pero este encuentro entre dos personas maduras sólo era la excusa literaria para entretejer el mundo interior de las personas al final de la cuarentena, dónde ya existe conciencia clara de finalización de la época de juventud y a menudo abruma el miedo por la llegada de la vejez, dónde la ilusión juvenil de proyectarse hacia el futuro ya ha tocado techo o definitivamente ya no va a producirse como se había soñado, dónde a menudo aparecen las dudas sobre la utilidad de la propia existencia habiendo rebasado ya la mitad de la misma, dónde algunos aprenden a apreciar profundamente ver cada día un nuevo amanecer, dónde otros nunca aprenderán ya a contemplar sus momentos de felicidad, dónde la decadencia física aturde por su brutal evidencia, dónde se difuminan los límites con la siguiente etapa de la vida, dónde aparecen las mayores de las seguridades y los más atroces miedos, dónde unos están de vuelta de todo y otros entienden que pueden seguir sorprendiéndose como en su adolescencia, dónde la ilusión debe preservarse a diario y iluminar el camino, dónde la evaluación de lo vivido puede llevar a reproches absurdos del pasado, a aprendizajes serenos de vida o a observaciones nostálgicas.
 
Tomás y Miguel -por cierto, ambos a punto de finiquitar la década de los cuarenta- empezaron a prestar mayor atención a la conversación, a hacer preguntas, reflexionar y perder la mirada en el horizonte de edificios visualizándose o escuchándose a sí mismos en enormes circunloquios secretos hurgando en sus existencias.
 
Ricardo -explicaba yo- es un tipo que acaba de cumplir cincuenta años, divorciado desde hace cinco, con un par de hijos en custodia compartida con su ex-mujer, que ha tenido que hacer frente a serias dificultades financieras y emocionales los últimos años pero que ahora llega muy sereno al medio siglo. Él se dice que es feliz. Tiene un minúsculo apartamento hipotecado que le sirve de cálido refugio, disfruta del amor de sus hijos, se esfuerza como padre, es absolutamente dichoso en su trabajo, hace deporte y se mantiene en forma, tiene buenos amigos, sabe divertirse en soledad y aprecia su propia compañía y serenidad cómo bienes preciadísimos. Durante largos años se sintió agobiado, estresado, triste y apesadumbrado por el peso de la vida pero ya hace mucho tiempo que se levanta cada día con una sonrisa agradeciendo su paz, autoliderazgo y discurrir cotidiano. Se da cuenta que disfruta plenamente cada jornada y que los obstáculos se hacen mucho menores cuando se viven como retos y aprendizajes. Se dice a sí mismo que siente pasión por vivir. 
Por nada del mundo querría modificar su cotidianidad y estabilidad y pese a tener mucho éxito entre las mujeres, no ha querido en estos últimos años establecer una relación seria que fuera mucho más allá de sus propios límites. En un par de ocasiones sucedió que esos límites parecían difuminarse pero una barrera inabastable le obligó a cortar ambas relaciones simplemente porque sentía que no amaba lo suficiente o más claramente que no amaba y ese aspecto en este momento de su vida es totalmente inaceptable. Sin duda y pese a las puñaladas inevitables de la vida él sigue creyendo en el amor aunque a estas alturas lo hace desde una mirada distinta. Se dice a sí mismo que no quiere tener pareja. También se lo dice a las mujeres que se le van acercando para no engañar a nadie aunque las reglas de uno puedan no ser siempre coincidentes con los deseos o sentimientos del otro. Sin embargo en el fondo de su alma sí que sabe que algún día va a sentir que quiere una persona a su lado. Pero no podrá ser cualquiera. Deberá ser alguien que le despierte un amor incondicional, que encaje con sus valores y que sobretodo sume en su vida. Deberá ser alguien a quien admirar y por quien valga la pena dejarse la piel en pequeñas cosas. Alguien en quien confiar y divertirse. Alguien con quien símplemente estar y observar el paso del tiempo, sonreír y valorar, cuidar, animar y aportar toda su energía vital y que todo ello sea también devuelto en la misma medida. A esas alturas de la vida no le interesa la pura belleza abrumadora. Tampoco le interesa el compromiso juvenil abocado en hacer planes de futuro que una vez conseguidos muestran a las parejas que su amor se basaba en un esfuerzo mútuo brutal donde se ha ido esfumando la capacidad de cuidar y disfrutar del otro. Él sabe lo que quiere pero no lo ha encontrado aún. Pero tampoco lo busca, cree.  La verdad es que tampoco tiene prisa pese al temor que le produce el paso cada vez más rápido del tiempo. Y es que cuando uno se siente feliz a estas alturas los meses y los años no se miden como en la infancia o la adolescencia sino que discurren a velocidades siderales.
 
Tomás esbozó una sonrisa sin mediar palabra y Miguel me miró insinúandome con los ojos que siguiera con mi relato.
 
Ricardo no busca el amor como muchos hombres que se sienten solos o que creen que no serán totalmente felices hasta disponer de una pareja al uso. Sabe que todo ello es un constructo social, una especie de artificio que introduce en las mentes de los individuos el vírus del desánimo y la necesidad de ser acompañado que a menudo lleva a  mendigar cariño. Se repite a diario que antes de amar a nadie uno debe amarse a sí mismo, mimarse, cuidarse, no reprocharse nada y apostar pos sus metas gozando del camino.
Con todo ello una tarde que le invitan a una fiesta conoce a Nuri y sin darse crédito a sí mismo le bastan unos pocos minutos, tal vez sean sólo segundos para sentir en su cuerpo de manera muy intensa esa sensación química tan conocida -aunque para él algo olvidada- que se incrementa a medida que la va conociendo y que realmente explota con el pasar de las semanas. Él, siempre tan cauto en sus palabras, se deshace como hielo en la tórrida arena. Durante un tiempo intenta aquél ejercicio racional de pensar, pensar y no sólo sentir para  vislumbrar si Nuri puede ser esa mujer que le aporte y en la que él pueda volcar toda esa capacidad de cariño que tiene a buen recaudo, almacenada pero disponible al instante. Analiza la situación y reconoce en ella todo lo que admira: inteligencia, buen humor, cultura, independencia, belleza, valores parecidos, energía, felicidad. Durante semanas, meses, años... ¿para siempre? vive en una nube de algodones retorcidos en que sus palabras hacia ella brotan sin control ni filtro como ya no recordaba y a cada análisis inicial sobre si realmente "me conviene esta persona" no cesan de surgir más y más argumentos a favor, envueltos en papeles de celofán azul cielo regados en ese aroma de lavanda que lo ensoñan y liberan de todas sus ataduras pasadas enfocándose ahora en su capacidad para dar, en esa necesidad de compartir sin pedir nada a cambio...
 
Hice una pausa en mi relato. Quise mirar a los ojos a Miguel y Tomás pudiendo entrever cierta emoción contenida.  Ellos me animaron a continuar aunque yo les avisé que no les iba a contar el libro entero, que sólo se trataba de una breve sinopsis para poner en contexto. Sin embargo una voz femenina detrás de mí me dijo que siguiera un poco más, que le gustaba lo que estaba contando. Sorprendido me giré sobre mi asiento para ver quién me hablaba. Supongo que ella debió ruborizarse un poco al ver en mi mirada esa expresión extraña, algo torpe y confusa. No recuerdo bien cuanto tiempo mis pupilas se clavaron en ella pero sí que tengo conciencia de haberme fijado en sus ojos de miel, en su sonrisa de niña inteligente y ser invocado desde algun lejano lugar a creer ciegamente  en que era radicalmente especial, muy especial, tanto que desde mis entrañas emergieron todo tipo de sensaciones variopintas que fueron en aumento cuando ella dijo "me encantan las historias, sigue por favor" y la invité a sentarse con nosotros inmediatamente con una supina sonrojez en mi rostro barbudo.  Su voz penetró en mi de una manera profunda. Ya no había música de fondo ni ruido alguno. El breve movimiento de acercarse a la mesa y tomar asiento me impresionó y me dejó más perplejo aún, pudiendo percibir ese espacio de tiempo en toda su lentitud como en un teorema cuántico en el que el lapso no es más que un constructo sutil que puede detenerse, pausarse, acelerarse sin sentido o introducirse en él. No sentí un impulso puramente sexual sino algo mucho más complejo dificilmente entendible por mi mente analítica de hombre soltero. Esbocé lo que a todas luces debió ser una sonrisa de idiota y observé un profundo fundido en negro dónde ella se mostraba en el centro y suspiré para mis adentros queriendo atrapar esa imagen para siempre en mí. Ella, muy sonriente, me rescató de ese breve estado de letargo posando su mano suavemente sobre la mía por primera vez. "Me llamo Nuri". 
 
 

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